¿Que loco atentaría contra el poco sueño del que puede disfrutar en su acelerada vida?, ¿quien optaría por dejar la tibia cama en busca de una mañana fría u oscura?, ¿porque correr a las cinco y media de la madrugada?... parecería no haber razones para hacerlo.
El bosque de Chapultepec es de los pocos espacios verdes que quedan en nuestra Ciudad de México, es un sitio del cual tengo recuerdos desde mi infancia hasta llegar al día de hoy. Siempre me ha parecido un lugar mágico, sobre todo en esos días en los cuales llueve por las noches y amanece lleno de neblina, realmente parece salido de un cuento de hadas, en esos días parecería imposible que existan días en los cuales es visitado por miles de personas, que halla puestos de comida y juguetes por todos lados y que se genere una impresionante cantidad de basura. Todo eso parecería improbable en un sitio repleto de ardillas, en donde se pueden ver nidos de águilas o lechuzas, en donde incluso, he podido ver alguna vez un tlacuache. Ese es otro bosque de Chapultepec, uno que solo unos pocos privilegiados conoce, uno que siempre amenaza con desaparecer y que sin embargo siempre nos sorprende año con año estando ahí para quienes queramos adentrarnos en él.
Cuenta la leyenda que la salud envidiable de mi abuelo se debe en su mayor parte a que durante todo el tiempo que pudo, nunca dejó de ir a correr al bosque en la madrugada, y claro a una excelente alimentación a base de jugo de frutas, miel de abeja, nueces y huevos. Mi abuelo fue durante muchos años obrero en las fabricas de la Industria Militar por las mañanas y trabajaba en el Seguro Social por las tardes o por las noches. Y todavía le quedaba energía para irse con sus cuates de parranda, ir a correr y todavía estar puntual en la Conasupo para que le dieran la leche para sus hijos con esas legendarias tarjetas perforadas.
Pues bien, mi abuelo se iba a correr a la segunda sección del Bosque de Chapultepec ¡a las 4 de la mañana!, pero no solo eso, antes de que existiera la pista del "Sope" el se iba corriendo por toda la orilla del Panteón Dolores solo, corría tal vez unos 4 ó 5 kilometros y se regresaba para ir por la leche, bañarse e ir al trabajo. Cuando le pregunté que si alguna vez lo habían espantado cerca del panteón, el solo me dijo que una vez vió a una mujer de negro lamentandose en una de las bardas y que lo único que hizo fue correr más fuerte y gritarle de groserías. Al regresar ya no estaba más.
Lo cierto es que correr llenó de vitalidad (tal vez en ocasiones demasiada) a mi abuelo y ese gusto por correr hizo que tratara de fomentarlo entre sus hijos. Mi abuela no corría, pero le encantaba irse a caminar a la Calzada del Rey en la primera sección y hacer ejercicios de respiración. Esto lo hizo hasta que no pudo más.
Mi papá comenzó a correr ya cuando tenía 30 años, odiaba ir a correr porque mi abuelo cuando él era un niño, siempre lo dejaba atrás en la oscuridad de la madrugada y eso le daba mucho miedo. Comenzó a correr entrenando para los deportes que siempre lo apasionaron: el alpinismo y la escalada en roca. Corriendo en la primera sección logro prepararse para subir al Popocatepetl y al Pico de Orizaba. Subió al Iztacihuatl pero siempre se le negó la cumbre porque alguno de sus compañeros se enfermaba de mal de montaña y debía bajarlo. Cuando se retiró del alpinismo a petición de mi abuela, el continuó corriendo para mantenerse sano y lleno de energía, hasta la fecha se ve más jóven que muchos de sus compañeros de trabajo e incluso que varios de sus hermanos más chicos. Aún hoy sigue corriendo.
Yo comencé a correr presionado por mi papá. Odiaba levantarme tan temprano pues para que el saliera a tiempo a trabajar teníamos que salir de la casa a las cinco y media de la mañana. Siempre me dejaba atrás, hasta que comencé a crecer y pude alcanzarlo, logrando en algunas ocasiones ganarle en el último sprint.
Cuando llegué a la preparatoria tuve problemas con Cálculo Diferencial e Integral y reprobé varios exámenes, realmente me sentía terrible y vivía muy presionado. La solución a mis males me la impuso mi papá a la fuerza: comenzamos a ir a correr todas las mañanas sin falta, me decía que el levantarme a esa hora era la muestra más palpable de que tenía el caracter de comprometerme con algo. Como odiaba correr, en el metro aún iba dormido, me daba una rabia, quería golpear a mi padre ahí mismo, que sabía el de lo que yo sentía o que era mejor para mi. Luego comenzabamos a calentar y poco a poco comenzabamos a correr, primero despacio y luego acelerabamos el paso, cuando llevabamos dos kilometros los dos acelerabamos y nos ibamos picando, se volvía un reto personal el rebasar y ganarle al otro, para él ganarme era una muestra de que aún estaba jóven, para mi representaba mi forma de pagarle el haberme despertado de madrugada a correr.
Y corría, corría como loco hasta que las piernas me ardían, hasta que los oídos me zumbaban, corría porque odiaba reprobar los exámenes, corría porque odiaba que mi padre tomara la decisión de que era lo más correcto para mí, corría porque simplemente quería mandar todo al demonio y no saber nada más... y funcionaba. Corriendo veía los árboles pasar como líneas, cada zancada representaba un dolor que me quemaba, correr me hacía olvidar todo...
Y así cuando terminábamos yo lo veía todo más claro, ya no me sentía enojado con nadie ni con nada, ni siquiera conmigo, el día comenzaba a hacerse claro y yo me sentía poderoso, con animo de hacer cualquier cosa... y en silencio le agradecía a ese hombre que hace unos minutos odiaba, el permitirme acompañarlo durante las madrugadas. Cuando me veía muy serio, agitaba levemente una rama de algún pino y me bañaba con las gotas frías que escurrían.
Creo que hasta la fecha no sabe que tanto bien me hizo el que me impusiera ir a correr con él, hoy mismo no se como soportó mi carácter de adolescente enojado y deprimido. Se lo diré algún día, y creo que será pronto.
Hoy trato de correr cada que puedo, cuando las energías me lo permiten, cuando el desvelarme por la escuela y el trabajo no agotan todas mis fuerzas, cuando la cama me permite escaparme de su tibio abrazo. Corro porque me hace sentir bien, porque me da fuerzas para empezar el día, porque como hace muchos años me permite sacar mis problemas de la cabeza, porque me olvido por unos cuantos minutos de todo lo que tengo que hacer y de todo lo que he hecho.
Casi siempre corro solo, pero cuando he podido ir a correr con mi primo Mario también la experiencia es gratificante porque luego de terminar de correr hablamos del bosque, de nuestros proyectos, de la familia, de nuestros padres y de nuestro abuelo, nos ponemos a arreglar el mundo sobre las bancas verdes de hierro forjado.
Hace un tiempo preguntando en un gimnasio por unos cursos de boxeo, el entrenador me preguntó que si hacía algún deporte, yo le respondí que ocasionalmente corría, él sujeto se me quedó viendo y con una sonrisa irónica me dijo: - ¿Corres como loco sin sentido?", yo le respondí que básicamente sí. El con un tono de burla en su voz comenzó a decirme todos los beneficios de las disciplinas que ofrecía el gimnasio, como si practicar karate, boxeo o "vale todo" me pudieran hacer mejor persona que correr.
No dudo que todos esos deportes aporten grandes satisfacciones, no dudo que para mucha gente tengan el mismo efecto que tiene para mi el correr, lo cierto es que yo no cambiaría todas esas madrugadas corriendo en el bosque por el mismo tiempo pasado en un gimnasio cerrado. Incluso ahora cuando miro a la gente en las caminadoras y todas esas máquinas que existen para correr en los gimnasios no puedo dejar de sentir lástima, lástima por todas esas mañanas húmedas llenas de neblina perdidas, por toda esa oscuridad que parece nunca tener final que nunca verán en sus vidas, por perderse esa sensación de correr y avanzar entre los árboles. Por correr como se hacía antes para conseguir comida, para llevar un mensaje, para escapar del peligro... por olvidarnos de nuestros problemas.
Además de todo esto uno no deja de encontrar maravillas únicas que con la llegada de la luz simplemente desaparecen como si nunca hubieran existido. Se pueden ver aves que uno nunca pensaría que podrían verse en libertad en nuestra enorme ciudad, bancos de neblina moviendose pesadamente como ovejas pastando, gotas de lluvia pegadas como diamantes por debajos de las hojas de los árboles ó incluso ver Quijotes volando entre el follaje como si fuera la cosa más natural del mundo.
Correr es hermoso aunque hasta la fecha siga siendo una batalla el despertarse cada día, con mucha vergüenza debo admitir que no siempre gana mi voluntad, pero creanme, cada día lo intento y cuando consigo levantarme, y salgo a correr, me siento realmente de maravilla, siento que puedo hacer cualquier cosa que me proponga.